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A MI COLEGA RAFAEL PAGÁN


Por R. RAMOS-PEREA

Del Instituto Alejandro Tapia y Rivera

La nefanda lluvia me fastidió los planes de ir a ver la obra de mi colega Rafael Pagán, “El Bulevar”, cuya última función era hoy. Y como he escogido para mi vida cierta selectividad, soy de los que voy al teatro solo a ver lo que escriben mis colegas dramaturgos cuando es una provocación al pensamiento.

Conozco algunas obras de Pagán y me asombra siempre su fascinación por lo conciso, lo breve y espontáneo de su dramaturgia. Leí “El Bulevar”, y creo que es un excelente y sorpresivo texto, pero no puedo juzgarlo totalmente si no lo veo en escena.

Los dramaturgos escribimos para vernos, aunque muchas de las mejores obras teatrales nacionales se lean con mucho más disfrute que cuando estamos obligados a presenciar un montaje espantoso. Pero este no es el caso.

Pagán, al igual que Pedro Rodiz, Adriana Pantoja, Alexandra Ramos, Kisha Tikina Burgos, Sylvia Bofill, y muchos otros dramaturgos de la actual generación, lanzaron sin saberlo una nueva interpretación de la realidad colonial. Es una dramaturgia muy orgánica, exenta de adornos o requiebros, aunque un poco incestuosa en sus temas. Y esto no lo digo como defecto, sino como signo de los tiempos que nos tocan vivir a los mejores testigos de la historia, que son los dramaturgos. Recordemos que el teatro es la memoria de la civilización.

Esta nueva generación, con gran respeto, pero también gran aprehensión, se ha mantenido distante de la generación que le precede, es decir, la llamada “Nueva Dramaturgia Puertorriqueña”, que tuvo su momento de grito entre 1982 y el 1999; aunque todos seguimos escribiendo, algunos con más ahínco que antes. (Yo estreno este próximo viernes “1843-Por Maricóxn” y me siento como si fuera la primera vez. Y creo que le llevo a Rafael poco menos que el doble de sus años.)

En aquella sólida generación gritamos a todo pulmón Abniel Marat, -colega cuya historia en común siempre recuerdo con admiración- Teresa Marichal (perseguida y expulsada de la UPR por su teatro), Aleyda Morales, Zora Moreno, Papo Márquez, Pedrito Santaliz, Antonio Ramírez Córdova, José Luis Ramos Escobar, Antonio García del Toro, Ángel Amaro, Mima Maldonado, mi hermano Carlos Canales y yo que anduve por allí, entre muchos otros…

Las generaciones cercanas y/o consecuentes siempre son aprehensivas. Mi relación con Luis Rafael Sánchez nunca fue buena. Me disgustaba su falta de solidaridad y su lejanía y a él le fastidiaba mi arrogancia. Con Myrna Casas había gran afecto del bueno, pero también cierta distancia indefinible. Sin embargo, mi aprendizaje bajo la afogorante sabiduría de Francisco Arriví, mi inmaculado cariño por Manuel Méndez Ballester y mis lúdicos tiroteos con Enrique Laguerre me enseñaron más dramaturgia que cualquier universidad.

El otro día, la colega dramaturga Tere Martínez nos convocó a una reunión de orientación con un representante del Dramatist Guild de Nueva York, quien con gran disposición nos vino a recordar muchas cosas que ya sabíamos, pero que lamentablemente por nuestras dispares realidades de producción, sociales y políticas, no se aplican al devenir dramático de la Nación puertorriqueña. Enfatizó en la importancia de que el dramaturgo sea remunerado por su trabajo, a lo que yo no tuve más remedio que aclararle que en Puerto Rico, el 85% de los dramaturgos puertorriqueños producen sus propios trabajos, PORQUE AL TEATRO COMERCIAL NO LE INTERESA, NI LE IMPORTA, LA DRAMATURGIA PUERTORRIQUEÑA. Y los dramaturgos no se pagan a sí mismos.

De ahí que en las carteleras de los teatros capitalinos, solo un 10 por ciento -¡o menos!- es dramaturgia nacional producida con inmenso esfuerzo por sus propios autores. Y todos tenemos que hacer miles de vericuetos para poder montar una obra de la que no vamos a recuperar ni un vellón.

Rafael Pagán ha llevado “El Bulevar” a escena con su propio esfuerzo y su propia producción. Y la lluvia huracanada que invade a San Juan en este momento no me ha dejado ir a verla para poder seguir estrechando mi abrazo solidario a su trabajo. Esto me jode mucho.

Yo no quiero hacer lo que me hicieron a mí. Pagán tuvo la inteligencia de publicarlo y aquí estoy repasándolo mientras escribo estas notas.

Tras releerlo, recordar su mirada inocente y apasionada con la dramaturgia que hace y enseña, me sostengo en que es un artista con luces. Le deseo que llegue hasta donde el más fogoso teatro lo arrastre. Porque ser dramaturgo en Puerto Rico es un acto de heroísmo.

Ya te veré en la próxima Rafa, y discúlpame el no estar allí hoy.

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