Por R. RAMOS-PEREA
Hoy se ha revivido una hermosa parte de nuestra historia teatral que creímos perdida para siempre. Una suerte de hazaña milagrosa perfumó las cerradas paredes de los camerines de la Sala Carlos Marichal de Bellas Artes en un ansiado abrazo que hizo relucir esperanzas.
El estreno de EL ENFERMO IMAGINARIO de Molière, que anoche elevó a escena el Maestro FLORENTINO RODRÍGUEZ y su Compañía ARAGUA no pudo llegar en momento más oportuno y con tantas luces prodigiosas. De la mano de este hombre de teatro excepcional, una compañía compuesta por muchos de los mejores actores de la Nación, vistieron las preciosas galas dieciochescas de la Francia neoclásica para ejecutar la más deliciosa y pertinente comedia que escribió uno de los tres dramaturgos más importantes de nuestra historia.
Shakespeare y Calderón deben hacer reverencia a este tercio por un texto de dimensiones humanas inimaginables, donde la comedia, no solo es un juicio de las clases sociales y de la historia de la medicina, sino un acto revolucionario. Molière rompió todas los convenciones, y atacó sin piedad las más viles contradicciones de un país idiotizado por la monarquía. Sus comedias eran de su tiempo, y su tiempo terminó siendo todos los tiempos.
Por eso, los hombres y mujeres del teatro lo reverenciamos hasta con la ternura de un hermano loco.
Este montaje de Aragua nos mantuvo en el asombro desde su primer parlamento. Argan, rico hipocondríaco, sacrifica el amor de su hija por el deliro de tener un yerno médico, y se crea una parodia de las refriegas humanas donde se miente y manipula para conseguir fortuna.
La producción no tuvo nada, pero NADA, que haya que evaluar como desacertado. Todo lo presentado elevó la calidad de nuestro teatro a grados superlativos. Mientras la disfrutaba, me recordé como miembro de la última generación de teatreros puertorriqueños que gritamos nuestra pasión por los clásicos europeos. Probablemente desde finales de la década del 90 del pasado siglo, los clásicos europeos con los que aprendimos a actuar en la Universidad estaban ausentes de nuestros escenarios. Fueron sustituidos por los inanes brincos y saltos, el teatro de 15 minutos, el ‘nuevo experimento’ mil veces hecho antes, el teatro frívolo, el banal impro y el performance ocurrente. Válidos, sí, pero espurios y hueco. Nunca más vimos clásicos en los teatros profesionales. Tal vez en el teatro universitario, y al parecer ahora, ya ni eso. Así que este “Enfermo Imaginario” nos despertó a la vitalidad de nuestro oficio.
De la mano del Maestro Miguel Diffoot vimos un estilo de dirección impecable, una didascalia ballet, un ritmo placentero, y soluciones inteligentísimas a problemas inherentes al neoclásico.
De las actuaciones, todo el público alucinó con un verdadero monstruo de la actuación teatral puertorriqueña: el Maestro GERARDO ORTIZ, veterano de los personajes más difíciles de nuestro teatro nacional e internacional. poseedor de una millonada de recursos, de los cuales sobre sale su honestidad y su verdad. ¡Qué tino para el gesto impactante, qué estupenda dicción, qué silencios tan elocuentes! Su actuación ha sido uno de los más brillantes trabajos de los últimos 20 años de teatro nacional. Seguido muy de cerca por esa lustrísima actriz que es LINNETE TORRES. Mujer de muchas maravillas que por numerosas siempre luce sus magnas destrezas de ritmo, agudeza y gracia. Y tras ella, la gratísima pero siempre esperada sorpresa de la reluciente actuación delirante y minuciosa de MARICARMEN AVILÉS, quien a su belleza radiante, siempre añade un trabajo actoral arrobador.
MARIANA QUILES como Ángelica, es excelencia suntuosa. Lucida, luminosa, enternecedora. Su Ángelica es una construcción sólida, consecuente, imaginativa y grácil. Domina el estilo sin cursilerías y con una imaginación desbordante. A ella le secunda en excelencia JOHNATHAN CARDENALES como su amante despechado, en una actuación espléndida y admirable. Cardenales siempre es correcto, mesurado sin dejar de ser audaz y en este caso muy gracioso en su simpleza romántica. De CRISTINA SESTO siempre decimos lo mismo: es una estrella de infinito talento. La pueden poner a hacer de elefante bailando en una pata y ella lo hará con tal maestría y entusiasmo que nos dejará boquiabiertos.
La sorpresa de la noche, que agradecemos mucho a la familia teatral que es hoy hegemonía de nuestros escenarios, es haber visto la excelsitud actoral de FRANCISCO CAPÓ, primer actor nacional a quien he tenido el placer de dirigir y lo vemos hoy en un trabajo magno, dedicado, detallado, justo y atinado.
George Santiago, actor que no había visto, se acopla muy bien al trabajo en equipo y solidariamente sirvió al conjunto. El estudiante Etien Tarrazo cumplió con decoro.
Como críticos nos sentimos sobrecogidos con tanta calidad. No es fácil encontrar palabras que superen los elogios. Porque uno desea que todas sean ciertas. En este caso, yo, que odio las condescendencias, digo que son todas ciertas. No puedo encontrar una mejor palabra que esta para Florentino Rodríguez y su Compañía: Gracias, hermano. Hoy has sido tú, con este empeño, el salvador de un teatro de altura, de un teatro digno de llamarnos hombres y mujeres de la escena. Gracias. ¡Miles de millones de gracias!
(¡Y feliz cumpleaños, hermanazo!)
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