De Nieve de los Ángeles Vázquez,
Presentación por ROBERTO RAMOS-PEREA
Tengo que confesar de entrada que presentar este libro es una empresa muy compleja.
Primero, porque habla de un hombre del que ya se tienen demasiadas ideas preconcebidas y la autora, desde la página 1, con razón o sin ella, viene dispuesta a derrotarlas todas.
Y Segundo, porque nos obliga a creer en el revisionismo histórico como una inagotable fuente de posibilidades y certezas.
Pero estas certezas están sujetas a una interpretación amplia de los sucesos que discute, que por razón de un profesionalismo intachable y la calidad en su historiarde la Dra. Nieve de los Ángeles Vázquez, le sobran las evidencias.
Pero aún con todo esto, decía Peter Burke, notable historiador inglés, que la historia NUNCA puede ser objetiva porque está escrita por seres humanos. Piensoyo que a lo más que puede aspirar es a promover la mayor imparcialidad posible en los hechos que narra. Claro, no es tan fácil como decirlo, porque en la vida hay muy pocas instancias en las que se puede ser imparcial, precisamente porque somos humanos.
En este mismo tenor, me obligo a hacer una distinción clara entre las biografías apologéticas, las historicistasy las revisionistas. En nuestro país, las biografíasapologéticas son tantas que nadie ha podido llevar cuenta de ellas. Son esas biografías donde al biografiado se le recuerda como un héroe de su tiempo, un mártir que dio su vida por los demás, un ser humano lleno de tantas virtudes y sensibilidades, que lo colocan por encima del resto; un hombre o mujer sin tacha cuyos ideales sobreviven a todo, y prueba de ello es la misma biografía que se lee. Las biografías de Luis Muñoz Rivera, José de Diego, Pedro Albizu Campos, Betances y José Celso Barbosa, encabezan la lista de esa relación infinita de textos que canonizan a sus biografiados, ofreciéndolos como actantes del proceso histórico con una moralidad sin tacha y con un acendrado compromiso con la Nación.
Las historicistas por su parte, rara vez suplen la condición humana. Es más, dentro del historicismo se ha llegado a proponer que el historiador ni hable ni cuente. Que exponga los hechos tan fríamente como sea posible, y ya. Para ello, nos ofrece los datos y documentos -sin análisis en ocasiones- para que entendamos la historia como un continuo devenir, como un acto secuencial sin más justificación que su propia naturaleza de ser historia. Evento tras evento, como causa y efecto, nos obliga a imponer nuestro juicio condicionado de la historia sin fomentar la necesaria confrontación que hace crecer las ideas. La mejor biografía que he leído en esta tendencia es la de Ramón Méndez Quiñones, escrita por la erudita Socorro Girón, quien en un derroche del conocer histórico, nos ofrece contextos, documentación y datos para conocer a uno de los más grandes traidores de nuestra patria. Pero ella nunca dirá que es un traidor. Por otro lado, dentro de esta corriente historicista, pero con notables señas apologéticas, están los trabajos de Carmelo Rosario Natal sobre Luis Muñoz Marín y las varias biografías de Santiago Iglesias.
Las revisionistas, sin embargo, son escasas; las que hay ponen en evidencia los extensos vacíos de información sobre nuestros más importantes personajes históricos. Esta tendencia de la biografía revisionista surge,probablemente, desde la década del 60 como una reacción a las historicistas de Don Lidio Cruz Monclova, las apologéticas mencionadas y en favor del despertar de la nueva historiografía con los trabajos de Fernando Picó, el Grupo CEREP, y otros. Y este tipo de biografía confronta a un pueblo crédulo y busca despertar las comunidades tanto sociales como políticas, que creyeron lo primero que leyeron sin cuestionárselo.
La historia se cuestiona, se afirma o se desmiente porque es un ente cambiante y vivo. La labor del historiador es desmontar la apología, y llenar con suinterpretación de los datos, aquel vacío que el desconocimiento impone, bien sea por la ausencia de fuentes documentales o porque aun estando presentes y disponibles, la gente se niega a usarlas porque temen encontrar asuntos que contradigan su fe en su “héroe”.
Agarrados de nuestras preferencias ideológicas o sociales, resulta azaroso y provocador el retarlas con nuevas evidencias. Chomsky nos dice continuamente que hemos llegado a un punto social en que la evidencia inexpugnable ya no tiene ninguna importancia. Al mundo ya no le interesa la verdad. Yo no sé qué realmente le interesa al mundo a parte de sus placeres individualistas, y qué intereses persiguen los que dominan ese mundo que niega la verdad, pero ciertamente, Chomsky ha diagnosticado nuestra crónica enfermedad de la negación. Ya nos acostumbramos a negar lo que no nos complace, aunque sea la verdad. Porque el poder ha criminalizado la verdad. Ha castigado la sensibilidad del asombro, y mata de hambre de conocimiento a los que la exigen.
La misma sociedad humana y sus poderes terminan por negarnos lo humano para privilegiar los mitos. Y nos ha enseñado también a defender el mito como si se tratara de nuestra propia razón de vida. Esto lo hemos visto recién con las biografías revisionistas de Yeshua Ben Josef, mejor conocido por Jesús de Nazaret. Un amplio cuerpo biográfico ha sido publicado en los últimos 30 años, donde se demuestra con evidencias arqueológicas, antropológicas y documentales, que el hombre llamado Yeshua Ben Josef dista mucho de la imagen creada por las religiones del llamado Jesucristo. Ya sabemos de sus relaciones con varias mujeres, sus viajes a la India, a Grecia, a Roma y otros lugares, su vinculación con el budismo, sabemos de la naturaleza socialista y revolucionaria de su prédica y de su liderato en ciertos clanes de zelotes que luchabanclandestinamente contra la segunda invasión romana a Palestina y tenemos bastante claras las verdaderas razones para su crucifixión. Es decir, que aquellos que aún creen que Jesús pasó toda su vida haciendo mesas y sillas con su padre, tienen otros datos que deberían considerar. A eso le llamamos revisionismo: un acto disidente de nuestra inteligencia, una actitud responsable e imparcial ante las evidencias nuevas ypor cierto, una manera agresivamente provocadora de historiar.
En Puerto Rico, las biografías revisionistas han captado el interés de los lectores y de una nueva generación de historiadores; pienso por ejemplo en la biografía de Segundo Ruiz Belvis de Mario Cancel, los trabajos –a veces un tanto apologéticos de Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade sobre Betances, los trabajos de Ernesto Álvarez y Haydeé de Jesús Colón, el revisionista libro de Luis Ferrao sobre Albizu y todos los trabajos de mi colega y amigo Néstor Dupréy, que son muchos y que tienen en sí mismos un espíritu revisionista de tono aleccionador. Puedo decir que mis biografías, la de Alejandro Tapia y Rivera, Román Baldorioty de Castroy mi biografía dramática de José de Diego y Clara Lair, son extensamente revisionistas.
Cuando enfrenté mi biografía sobre Baldorioty mi primer planteamiento fue el cómo yo, que soy un independentista sin partido, afiliado por simpatías familiares al nacionalismo albizuista y por consideraciones intelectuales a un socialismo democrático, me iba a sentar a escribir una biografía sobre el apóstol y mártir de la autonomía. Pues bien, lo primero era deshacerme de todos los adjetivos prejuiciosos. Enfocarme en la humanidad -defectos y virtudes- de mi biografiado, a mirarlo en su momento, no en el mío, en su moralidad, no en la mía, en su sentido común, no en el mío, con sus tribulaciones, sus conflictos entre sus deseos y sus carencias, sus luchas y sus miedos. No podía antagonizarlo de entrada, porque se trata de un ser humano del que si bien me separan años, no nos separan los orígenes. Tampoco nos separa la piel, ni las miserias. Verlo accionar en medio de un océano de privaciones que yo no padezco, ser perseguido y acostarse todas las noches esperando que un pelotón de la Guardia Civil le tumbe su puerta a gritos salvajes… me dicen que esos contextos modifican mi manera de mirarlo. Me aclaran las decisiones tomadas y en ese interés por su humanidad, descubrir sus flaquezas y sus virtudes, como por ejemplo; yo jamás sospeché, -puesto que crecí con la mitología de que Baldorioty era un entregado autonomista y punto- jamás sospeché que Baldorioty conspiró con Hostos y Betances para una tercera expedición revolucionaria armada a Puerto Rico en 1874. ¡Ni los populares autonomistas de hoy se sospecharon tal cosa! El revisionismo vino al rescate y amplió la significación de sus actos.
A este revisionismo histórico le place lucir varias tendencias. La primera, tendenciosa y predispuesta -valga la redundancia- nos dice desde su título cuál será él rasero que el historiador utilizará al enfrentar los hechos que revisa. La razón por la que revisa salta siempre de los textos como un código de sentido común y moralidad. A la biografía tendenciosa se opone la clarificadora, que si bien pretende cuestionar al biografiado, conversa con él, tratar de entender la razón de sus acciones, sean estas altamente condenables o por el contrario, paradigmas de sabia redención, o lo que llaman los novelistas, “las vidas de redención”, o la vida como una novela de final abierto.
Aplicar ese sentido común y esa moralidad a un personaje que careció de ellas, como nos estalla esta biografía de LUIS MUÑOZ RIVERA propone una confrontación enriquecedora. El sentido común y la lógica de sus acciones, en este caso políticas, deben tener un origen, deben haber sido aprendidas, adaptadas y ejercidas en conjunto con OTROS intereses -evidentes en la mayoría de los casos.
Quien necesita de la corrupción para sus intereses, siempre va a defenderse diciendo que él será el primer vigilante contra toda corrupción. Le sabrá echar la culpa a los demás de las infamias que comete, y procurará acercarse a un público y acumular una clientela que crea ciegamente en él, incluso por encima de la moral, que se haga ciega a los actos más descarados. La razón es simple, él pagará por esa lealtad. Y en un país explotado de hambre, contra dinero no hay moralidad.
“El Jefe” Muñoz Rivera, tiene una larga historia de glorias, homenajes y laureles en cada periódico o libro de su época, y sus semblanzas a su muerte casi lo colocan al lado del cristo martirizado. La Dra. Nieve de los Ángeles Vázquez labora con una sólida caja deherramientas para desmontar esta apología. Podríamosafirmar que poco más de cien años atrás, este libro le hubiera costado la vida. Pero en nuestro contexto, la extensa argumentación que Vázquez realiza sobre los dos pecados mortales de Luis Muñoz Rivera durante su vida, nos deja el deseo de saber más y la conciencia llena de preguntas.
La primera que yo me hice: ¿Quién y desde cuandonuestros políticos aprendieron a ser corruptos? Es obvio que desde que los conquistadores pisaron nuestras arenas, pero debe haber habido una estilización de las estrategias de pillaje que aprendimosa latigazos. ¿Quién nos la enseñó y cuándo? Nosotros no nacimos así. Y nuestras culturas precolombinas jamás practicaron, que se sepa, la corrupción como un vicio social heredable.
En mis investigaciones sobre el siglo XIX, siempre me topo con el tiránico Gobierno de la Pezuela. Que los hubo peores, por supuesto, pero el de La Pezuela en 1847 fue tan descarado como para permitir que él fueraa la oficina de pagos de la Hacienda Pública y decirle al funcionario que abriera la caja del dinero del fisco y él meterse y sacar más de $3,000 pesos fuertes con los que pagó a los soldados de su guardia personal por encima de su salario, sin firmar un solo papel, sin que nadie le preguntara, y ante la vista idiota del funcionario que guardaba los dineros. Aparte torturas y asesinatos y persecuciones, esta acción de Pezuela está entre las inmoralidades y corruptelas más asqueantesque he leído en mis años de historiador.
Si lo aprendimos de los españoles, es porque tambiénnos lo fomentaron practicándolo impunemente en nuestras narices. Si es verdad que todos los gobiernos son corruptos, el sistema de Turno entre republicanos y monárquicos en las Cortes de España y sus conveniencias alternadas debe haber sido una de nuestras últimas lecciones.
¿Y el nepotismo institucionalizado? ¿De quién lo aprendimos? ¿Quién lo trajo aquí? Esa manera desfachatada de imponer a una persona por la sangre y no por los méritos. Esa que tanto se práctica aquí en todas las agencias y en todos los lugares de empleo desde el kiosko de la esquina hasta la Fortaleza como si fuera ya condición del alma puertorriqueña. Si eres jefe tienes que darle trabajo a los tuyos. Ya nadie se cuestiona si esto es moral o inmoral.
No quiero caer en la falacia de que nuestras corruptelas se justifican porque los españoles lo hacían peor, solo quiero dejar claro, que la corrupción no estaba en nuestra naturaleza. Fue un quehacer aprendido que rendía frutos y se podía hacer sin castigo. Y esos actos crearon una amplia red de relaciones que la alimentaron y terminaron por institucionalizarla al punto de que, si no eres corrupto, entonces eres un traidor. Vaya paradoja moral.
En todo negocio político, yo te doy y tú me das. A Luis Muñoz Rivera deben haberle dado algo para lograr lo que logró. Le dieron mucho poder. Y los españoles no eran gente que diera algo por nada. Pero ¿lo pidió él, o él simplemente se prestó para formar parte de un engranaje de corrupción mayor que se gestó en las calenturientas cabezas gachupinas que nos tiranizaron por 4 siglos? Porque si era un juego de estrategias, no creemos que Muñoz Rivera fuera una doliente víctima, sino un aprovechado discípulo que, para muchos, estaba ejerciendo esas acciones en beneficio del país.
Estemos claros, y en eso podría disentir de los severos juicios de la Dra. Vázquez sobre este punto, los españoles no nos dieron la autonomía porque fueran condescendientes o porque Muñoz Rivera les haya convencido de que era lo correcto. El Pacto Sagastino, con todo lo que a Barbosa le hubiese parecido inmoral, fue la única manera que Puerto Rico tenía para reclamar la autonomía. Aquí no había espacio ni condiciones para la moralidad y la dignidad de la lucha armada, ni para la estulticia del falso orgullo de Barbosa de que la autonomía nos la tenían que dar porque era un deber. No, el Pacto Sagastino, que nos concedió un brevísimo periodo de autonomía, se obtuvo mediante una negociación compleja, pero inevitable, encabezada por un hombre de muchos dobleces como Muñoz Rivera, pero que a pesar de esos dobleces y sus costos, encontró una solución política que se nos había negado por cuatro siglos. Si estoameritase juicio, el mío sería favor de Muñoz Rivera y yo no lo llamaría errado o malintencionado, sino sencillamente oportuno y hasta consecuente.
La segunda lección aprendida de España fue, entre otras, el autonominarse imprescindible, el descarado populismo, la construcción de una red de conexiones, estrategias todas largamente meditadas en espera del momento propicio. Pero me pregunto, ¿adjudicar esto presupone un carácter ambicioso, frío, deshumanizado, un animal político que solo se alimenta del poder, a quien no le importa la vida humana sino satisfacer sus carencias, abogar por la libertad y meter opositores a la cárcel porque no le gustaba la libertad de los demás?¿Eso fue Luis Muñoz Rivera? ¿Ese animal político que describe la Dra. Vázquez, sin sensibilidad, sin ningún trazo de verdadero compromiso con el país, sin virtudes o deslices de humanismo, ese atroz codicioso, cruel y desfachatado cuya misión en la vida era el ejercicio del poder por el poder? ¿Ese fue Luis Muñoz Rivera? ¿No tiene nada que lo redima? Para la Dra. Vázquez no y la sensación que nos deja el libro EL JEFE es abrumadora y contundente sobre ese juicio.
Nos queda una pregunta de muchas:
¿Creía él, de verdad, que todas esas empresas estadounidenses que con las que él pactó, y “chanchulló”, traerían un beneficio al país? Ya sabemos que era un anti obrero, y que desde los mismos obreros de su periódico La Democracia a quienes explotaba, pasando por su declarado racismo, hasta su aversión por los representados por Santiago Iglesias, es claro que a Muñoz Rivera le apestaban los obreros; pero sin obreros no habría gringos de la SugarCane, de la American Tobacco y de las tantísimas empresas que llegaron a expoliarnos a raíz de la invasión. No hay duda alguna de que muchas de estas acciones de Muñoz y de José de Diego para favorecer el emporio industrial gringo, obedecen a su personal ambición tanto de poder como la de Muñoz, o como la codicia económica de José de Diego. Pero el poder colonial gachupín y el gringo ya había abocado al país a la inercia entre la miseria o a la explotación. ¿Qué hacer? ¿Cómo promover un desarrollo económico, aún a sabiendas de que serían los gringos -y él mismo- los que se enriquecerían? ¿Es mejor tener una mala economía, llena de corruptelas, de animales políticos matándose a tiros en las calles, a no tener ninguna y dejar que el país sucumbiera de hambre y sed? Decisiones complicadas para las que hay que tomar en seria consideración la condición humana y su contexto. Sobre todo el CONTEXTO de esas decisiones.Juzgarlas de inmorales más de cien años después es una de las provocaciones de este libro.
Por otra parte, ¿acaso el nepotismo que la Dra. Vázquez nos describe en detalles y juzga moralmente asqueante, no fue una defensa en contra de la herencianepotista de los españoles? Este pueblo llegó al bordeinfrahumano de la miseria, aquí no había dinero para nada en la segunda mitad del siglo XIX, los españoles fueron unos salvajes que abusaron como les dio gusto y gana a nuestro país; los incondicionales asesinaron lo mejor de nuestra intelectualidad, le impidieron ocupar importantes puestos en el gobierno, los maestros puertorriqueños fueron desplazados por maestros españoles, y hasta tuvieron la osadía de prohibirnos “usar palabras”. Puerto Rico estuvo demasiado cerca de ser el paradigma del colonialismo más asesino de toda la historia de España. Los españoles asesinaron nuestro país.
¿Podemos catalogar de inmoral o de corrupto el que le hayamos devuelto algo de lo que nos hicieron? ¿No fue el nepotismo practicado por Muñoz Rivera una excelente venganza? Yo creo que sí. Y digo más, me parece un acto realmente revolucionario, una apropiación de nuestro derecho a mandarnos. ¿A quién le iban a dejar los asientos públicos? ¿A los españolesotra vez por aquello de ser democrático? ¿Que los gachupines más barbáricos que tuvimos que soportar,se quedaran en sus sillas mandando y explotándonospara que no se nos acusara de nepotistas? Y luego con los gringos, ¿por qué dejar en manos gringas lo que nos corresponde como Nación reclamar? ¿Acaso los gringos no bien llegaron, impusieron la censura, la marginación y sustitución de nuestros empleados, la disolución y criminalización de nuestro pasado, el tratamiento de “negros ignorantes” con que nos obsequiaron? También a ellos había que aplicarles estrategias de inserción en sus hegemonías sanguinarias. Poco les hicimos para todo lo que nos hicieron españoles y gringos. Creo, y puedo equivocarme, que el nepotismo, en aquel contexto -no hoy por supuesto- fue una defensa, no una corrupción. El juicio de la Dra. Vázquez sobre este punto debe ser materia de amplia discusión.
Para finalizar, tengo que agradecer a la Dra. Vázquezpor una investigación realmente sólida, documentada con excelencia, y aunque algunas de sus interpretaciones no nos complazcan, la investigación es profunda, detallada, seria y comprometida con la verdad. El no estar de acuerdo con ella en muchas cosas no tiene la menor importancia. La Dra. Vázquez es una de las intelectuales e historiadoras más prestigiosas de nuestro país y tiene muy bien ganados todos los méritos que le atribuimos los que conocemos su trabajo.
Yo me siento sumamente satisfecho porque este libro exista. Yo soy un revisionista. En todo lo que escribo y hago, siempre considero mis cuestionamientos de la verdad sabida como la perfecta forma de la disidencia intelectual. Y todo intelectual tiene por obligación que ser un disidente. Si no se disiente no se piensa. Y el que no piensa… ya sabemos lo demás.
Muchas gracias.
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