Al @Instituto Alejandro Tapia y Rivera (IATR), a través mío, como su presidente, le cupo el honor de haber sido invitado al Bussiness Summit del SBDC, una agencia federal, de capítulo local para la ayuda a medianos y pequeños negocios. Participé con unos breves comentarios en el Panel de Nuevos Empresarios y compartí escena con un destacado grupo de empresarios puertorriqueños que narraron sus historias de éxito y agradecieron efusivamente a esta destacada agencia por el apoyo a sus negocios.
La amable invitación -a la que respondí gustosamente- vino por la necesidad de hablar de la cultura como empresa, en el caso particular del IATR como una “empresa” dedicada a las artes de la representación, entiéndase Teatro -a través de la Compañía Nacional de Teatro- de cine y los otros temas académicos y artísticos que trabajamos para beneficio de la historia y la cultura Patria.
Confieso que me sentí un poco perdido cuando a mi lado se habla de inversiones, de mercado, de grandes aventuras económicas que sobrepasan miles de dólares –(mientras que el IATR apenas lidia con muy pocos cientos)-, pero ya que nos habían pedido que habláramos de los retos que enfrentábamos, aproveché la oportunidad para reflexionar sobre una palabra que use utilizó mucho esa mañana. La palabra “éxito”.
“Éxito” es una palabra tramposa. El más avezado salta sobre las generalidades y penetra en significados. ¿Qué es el éxito? ¿Quién lo determina? ¿Acaso el éxito se determina por la acumulación de capital? ¿Es exitoso el que más dinero tiene o produce? ¿Es el dinero la medida única del éxito en un mundo como el nuestro donde todo se mide en superávits y déficits?
Los casos del teatro y el cine son los mejores ejemplos de cómo esa palabra provoca reflexiones profundas. Es sabido que el éxito teatral en Puerto Rico depende de innumerables factores, porque los modelos de mercado han sido copiados de otros productos no culturales, y la cultura en sí misma no ha sido capaz de producir un modelo de “éxito” que satisfaga su particular personalidad.
Según el estándar local, para que una obra de teatro sea “exitosa” –es decir, que produzca dinero,- debe apelar a un público masivo y no a una élite intelectual escogida o a un grupo social cerrado. ¿Pero qué tenemos que ofrecer para que “la masa” (¡ese término tan elusivo!), pague una taquilla? La experiencia nos ha enseñado que en Puerto Rico, en materia de espectáculos, el sexo, la frivolidad, la extensión de la TV, ciertas formas de la vulgaridad, la adrenalina, la obscenidad, el relajo, el chiste, la comedia picante y procaz tienen un atractivo mayor que cualquier otra forma de teatro o de cine que se pueda concebir.
Es decir, que para lograr “éxito”, el empresario tiene que apelar a todas las cosas que he mencionado, en ocasiones sin escrúpulo alguno.
¿Y los que no queremos hacer eso? Los que queremos utilizar el teatro o el cine para lo que fue creado, como foro de ideas, como metáforas del presente, como denuncias sociales urgentes, como reflexiones de la historia y el pensamiento colectivo, pues esos…. no tendrán “éxito” nunca. Me refiero al “éxito” económico.
Y habrá quien diga, que ambas cosas pueden combinarse. La historia nos ha demostrado que NO. Y cuando ha ocurrido milagrosamente, es porque detrás de ese producto cultural hay toda una maquinaria empresarial costosísima que auxilia ese “éxito”.
Aunque el asunto es mucho más complejo de lo que pueda escribir en este blog, la esencia es esta.
Estamos condenados a una definición de éxito que depende mayoritariamente de la acumulación de capital. Ya el éxito no se mide por la importancia social, la calidad de un texto dramático o un guion, su propuesta humanística, su convocatoria al pensamiento o a la reflexión, sea esta cómica o dramática. Y eso, mal que nos pese, es lo que hacemos en el IATR y encima, lo hacemos gratuitamente, no cobramos taquilla nunca porque creemos en el teatro como un espacio para el alma, no para el banco. Pero para muchas personas que acuden al teatro, esos tiempos terminaron, o quizá nunca debieron existir. Uno se siente huérfano.
Desnude actores, diga groserías sin propósito, promocione su producto como un gran vacilón o un divertido relajo y el público acudirá en hordas. Hará miles de dólares. A eso hemos llegado – o quizá ha sido así desde siempre y acá solo hemos soñado utopías. Esa parece ser la nueva definición de “éxito” el campo cultural.
Y yo dije eso en una convención de empresarios exitosos. De veras hubiera querido que me contagiaran su sincero entusiasmo. Ellos no tienen estos problemas.
Pero agradezco la oportunidad que me dio el SMDC de haberme permitido reflexionar sobre esto y compartirlo con aquella audiencia que me escuchó en silencio y con gran interés.
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