Por R RAMOS-PEREA
En esta Semana de La Lengua me han explotado. Ofrecí más de cinco conferencias nuevas, y cerca de 9 charlas a diferentes escuelas, universidades y centros de cultura. (No cobré por ninguna de ellas, por si se quiere trivializar lo que digo.)
Me parece fundamental que el Instituto Alejandro Tapia y Rivera tenga la misión de expresarse libremente sobre la visión histórica que lo sostiene como institución, a través de las pocas o muchas cosas que he podido investigar y estudiar en mi vida.
Mis temas comunes siempre son el siglo XIX puertorriqueño, el cine, el teatro, y la intelectualidad negra y para eso fundé este Instituto.
En una de ellas hablé sobre Tapia, del que los estudiantes sabían muy poco. Mucha gente todavía piensa que Tapia es solo un edificio en el Viejo San Juan, y ahí entra nuestra misión revisionista en su expresión más sencilla.
A los estudiantes les sorprendió todo lo hablado sobre las terribles dictaduras españolas que tuvimos que soportar en el siglo XIX. Les hablé de cómo de sus gobernantes aprendimos lo que era la corrupción. De la quema de esclavizadas vivas en el Charco de las Brujas, y cómo se debían quemar cerca de la ciudad para que el olor a carne humana quemada y los gritos infundieran pánico a los sanjuaneros y se sometieran a la obediencia. Les hablé del asesinato del periodista negro de Humacao Juan Mercedes, que fue lanzado por la guardia civil en un pozo lleno de excremento hasta su asfixia. Les recordé la mayor infamia de toda la civilización -la esclavitud- promovida por Portugal y donde España ejercía su infamante protagonismo.
Les hablé de las vejaciones contra Baldorioty, de los intentos de rebelión traicionados del valeroso Betances, de las maneras en que los conquistadores arrancaban los cemíes de los cuellos de los caciques y les quemaban la cruz cristiana en la frente. Les hablé de cómo la soldada española se aprovechaba de las jóvenes puertorriqueñas, se casaban con ellas y luego de robarles su fortuna familiar se largaban del país -como hizo el padre de Tapia.
Les hablé de las violaciones a señoritas delante de sus padres que cometía sadistamente la Guardia Civil, y de los palillos con que se cercenaban los escrotos de los autonomistas en 1887. Historia que no necesita más evidencias porque la prensa y los documentos están llenos de ellas.
Pero cuando alguno me preguntó si los gobiernos españoles nos habían legado algo positivo a nuestra historia, le dije sin pensar: ¡NADA! Y añadí que nos habían tratado como basura, que poco faltó para que cometieran un genocidio provinciano, y que a tajos y balas interrumpieron el más natural proceso civilizatorio que toda nación debe ejercer por sí misma. Si bien es cierto que alguna de su tecnología era más avanzada que la de los taínos, ¿por qué tenían que asesinarlos para imponer la de ellos?
Y este MALDITO IDIOMA HORRIBLE, idioma tullido, torpe, confuso, enmarañado con el que me tengo por obligación que expresar para comunicarme, impuesto a sangre y fuego a costa de miles de muertos, a costa de nuestro oro, de nuestros recursos, de la dignidad de nuestras indias y de sus familias. Una defectuosa lengua como esta, impuesta a sablazos, no vale una gota de la santa sangre derramada por nuestros taínos.
Sobre ellos cayó un silencio pesado. ¿Estábamos celebrando la lengua española? Ups, lo siento. Y comprendí cuánta falta nos hace revisar la historia para entender cuál es nuestro lugar y nuestra misión en el mundo.
Otro levantó la mano y preguntó “¿Y quién nos trató peor, los españoles o los gringos?” Y le contesté que para esa pregunta necesitábamos convocar otra conferencia.
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