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Reseña "ERASE UNA VEZ EN EL CARIBE"por JOSÉ E. MURATTI, PH.D.Consejo Académico Asesor IATR

Colaboradores

por JOSÉ E. MURATTI, PH.D.

Consejo Académico Asesor IATRA


Acabamos de ver "Érase una vez en el Caribe". Los sentimientos son mixtos. Primero, los aciertos: La fotografía es excelente. Las tomas panorámicas que establecen el contexto de la plantación caribeña; la filigrana de texturas; los close-ups que revelan las personalidades y la intensidad de las actuaciones; el uso de la luz natural para develar la topografía anímica de los personajes, incuyendo los pasados en blanco y negro, y los "presentes" a color; el campo, desde el cañaveral y los platanales hasta la maleza adornada con flamboyanes y cucubanos; las referencias visuales a El Velorio de Francisco Oller y Sleeping June de Sir Frederick Leighton, me parecen un gran acierto del director de la puesta en escena Ray Figueroa y el director de fotografía, Willie Berríos. Las actuaciones son muy buenas. Los personajes resultan intensamente verosímiles. Sus trasfondos de clase y la tensión dramática entre protagonistas y antagonistas enriquecen el lenguaje visual que, a mi entender, es su principal acierto. Héctor Aníbal como Juan y Essined Aponte, como Pura, actúan impecablemente y provocaron una identificación de parte de la audiencia que se palpaba en la sala (la mirada denzelwashingtonesca de Aníbal y la enigmática belleza de Aponte, resultan hipnotizantes). Otro acercamiento interesante y novel en el cine caribeño, es el uso de elementos visuales tipo títulos de capítulos, utilizados por Quentin Tarantino en "Kill Bill", Zack Snyder en "300", y Robert Rodríguez y Frank Miller en "Sin City", y rememora los duelos tipo westerns à la Sam Peckinpah y los filmes temáticos de Akira Kurosawa (Seven Samurai) y Takeshi Kitano (The Blind Samurai). El mensaje explícito de la explotación de la hacienda azucarera, la rienda suelta de la avaricia de criollos y extranjeros con la riqueza de la caña que alimentó los imperios europeos, la soberbia y la lujuria de los propietarios, la ira, la envidia y la traición de los lumpen al servicio de sus amos, las ingenuas creencias de los devotos y los líderes obreros, la generosidad y la solidaridad de quienes sobreviven con la desvalorizada dignidad de la pobreza, todas recuerdan a la audiencia que nuestro particular pasado no es fortuito, ni es benevolente trasfondo de modernización y desarrollo, ni es motivo de romántica recordación. Sin embargo, afortunadamente, tampoco es panfletaria denuncia de la evidente relación colonial con los imperios. En la sutil revelación de la relación de privilegio y sumisión, tan parecida a las de tantos otros países y regiones, la audiencia se puede reconocer cuánto dicha relación prevalece sin que se le haga sentir ignorante o insensible ante la particular relación colonial a la que pertenece. Dicho todo esto, lo cual le merece respeto y admiración a la producción, a mi juicio el filme cuenta con una debilidad recurrente en nuestra cinematografía boricua, tal vez con la excepción de la de Jacobo Morales y Diego de la Tejera: el guión. La historia no expone ni elabora el trasfondo de la rivalidad entre los hacendados y los obreros de la caña. La pieza comienza media res con una huelga que carece de contexto histórico y la particularidad de esta hacienda y los protagonistas del conflicto. Los personajes no revelan mayores planos que su condición de peones, y la de los patronos e sus incondicionales, definidos casi exclusivamente por su avaricia, su lujuria y su violencia. Con relativamente pocos diálogos, y menos escenas de acción, se hubiera podido profundizar en la renuncia de Juan Encarnación a su rol de capataz, el distanciamiento de Pura de su familia y su identificación con Juan, los planes acaparadores del "Míster" de quedarse con las haciendas, las motivaciones del músico y la lavandera para solidarizarse con Juan y Pura. Otros dos elementos que me parecieron halados por los pelos y que pudieron haberse sustituido por elucubraciones de los trasfondos y motivaciones de otros personajes claves, incluyendo a Modesto Lacén como Beekman y Kisha Tikina Burgos como Luisa, fueron la figura fantasmagórica de la muerte y (spoiler alert!) las mujeres indígenas que vienen a recibir a Juan para acompañarlo al otro plano. Igualmente, la partitura musical me pareció poco imaginativa y por momentos, incluso, distractiva. Dicho esto, "Érase una vez en el Caribe" me parece una de los mejores filmes que se han producido en Puerto Rico. La calidad de la producción, la dirección, la cinematografía, las actuaciones y el rescate de parte de nuestra historia caribeña, que pudo haber ocurrido en cualquiera de las Antillas, Mayores y Menores, la insertan en el universo del cine internacional que cada vez más narra diversas historias de la humanidad que no circunscriben su domicilio a Occidente.

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