Por R RAMOS_PEREA
Los pueblos engañados nunca son felices.
Y nosotros, como Nación, ¡hemos sido engañados tantas veces!
Nos han alimentado de mentiras imprescindibles que nos han servido para engordar la mórbida ilusión de una felicidad que ha terminado por carcomernos.
Hoy se cumple 197 del nacimiento del hombre que nos enseñó a pensar. El hombre cuyo nombre ha sido norte intelectual de mi vida desde mi temprana adolescencia, cuando abrí las páginas de “Mis Memorias” con el asombro de quien descubre un mundo nuevo.
Pero aquel mundo también venía cargado con la falsa ilusión de la modernidad, con el escondido veneno de una fantasía que me obligaría a tomar acción ante la mentira, costáseme lo que me costase.
En nuestras funciones del segundo fin de semana de mi obra de teatro histórico titulada “1843-Por Mari con”, me dio en pleno rostro una brutal verdad. Mientras en mi sala del Centro de Bellas Artes, un modesto público se allegaba a conocer un poco de la historia de la Nación que hemos formado, en otra sala se desplegaba un chabacano espectáculo, extensión barata y pedestre de la televisión, cuyo boleto costaba una cantidad considerable, lleno a la más descarada capacidad. Traté de justificar el asunto por el simple principio de la libre empresa, pero en el fondo me cuestionaba ¿cómo era posible que el engaño de la felicidad fuera tan descarado, tan sucio y tan vil, como para convertir nuestro público en zombis sometidos a la brutalidad de los “influencers”, a la hipnosis de la diversión vacua, al estupro del espectáculo que convierte a nuestras muchas pobres mentes puertorriqueñas, en esclavos de la mentira.
(Supe de un grupo de personas que se salió a la mitad de aquella “cosa”, molestos por haber pagado tanto por algo que no valía ni el costo del estacionamiento, mientras se lamentaba de no haber entrado a nuestra sala, gratuita y profesional.)
Pasé la página por el ánimo y el orgullo de mis amados actores que saben que estamos haciendo Historia. Que somos nosotros, quien, como el guerrero Aquiles, será recordado miles de años después de su vida, por su bravura y su inteligencia. Aquellos serán olvidados al segundo de haber terminado.
Y ahora que nos acercamos al Bicentenario de mi Maestro Tapia, veo en su rostro pelirrojo y rollizo, el rostro de Aquiles, el de los pies ligeros y la espada mortífera.
Y con la sonrisa romántica que le siento a través de estos años, salgo espada en mano a la batalla del teatro, a celebrarlo.
Nos veremos hoy y el próximo fin de semana en el Centro de Bellas Artes.
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