Por R. RAMOS-PEREA
El Instituto Alejandro Tapia y Rivera tuvo el privilegio de auspiciar de manera muy modesta, la conferencia Pre Congreso del Maestro JON AIZPÚRUA, que promovió la Escuela Espírita Allan Kardec, Inc. que dirige el colega Prof. y amigo José Arroyo, y la CEPA Internacional, y que se dictó anoche en el Ateneo Puertorriqueño, la institución fundada por el Maestro ALEJANDRO TAPIA Y RIVERA, donde se dieron las primeras conversaciones sobre lo que sería la gran revolución filosófica del siglo XIX en Puerto Rico. Revolución que se opuso al chantaje del cielo católico, y a las tiranías obispales con una nueva forma de filosofía del espíritu, una mirada fresca y liberadora a las inquietudes del alma, una filosofía -que nunca fue religión- que se llamó entonces y aun, el ESPIRITISMO.
El Maestro Aizpúrua, filósofo, psicólogo, historiador de las ideas, y notabilísimo intelectual, expuso durante dos horas -sin leer ni una sola letra-, sobre EL SIMBOLISMO ESPIRITUAL DE LA MITOLOGÍA GRIEGA.
Con gran seguridad, con un perfecto dominio del tema, este intelectual venezolano que ha conferenciado por todo el mundo y es autor de numerosos libros, actualizó y contextualizó para un numeroso público los más importantes mitos griegos, su simbología y su pertinencia en las vidas presentes. Citando los más autorizados mitólogos como Mircea Eliade, Joseph Campbell y muchos otros, iluminó significados, y nos refrescó la utilidad de los mitos humanos.
No es menos cierto -y así quedó establecido de entrada, que todas las culturas tienen mitologías, y que éstas sirven, inspiran, motivan y consuelan muchas de las más fuertes debilidades humanas y llevan al espíritu a un luminoso encuentro consigo mismo y su naturaleza. La mitología griega, sea por su amplia difusión, sus análisis académicos, la preservación de textos, es la más conocida de todas las restantes mitologías, entiéndase más amplia que la romana, la cristiana, la islámica, la judía, la hindú, la egipcia, la africana, la germánica y nórdica, las incaicas, mayas, aztecas y nativas americanas e incluso las de las naciones del lejano oriente.
Pero todas ellas tienen convergencias, historias y simbologías similares, y hasta contextos históricos semejantes, como el de la historia del diluvio universal.
Después de discutir, con extremada claridad y hasta con simpáticas referencias al presente, Aizpurúa se detuvo en la pregunta que estaba en mi mente desde que comencé a escucharlo.
¿Dónde nace el mito del espíritu? ¿Dónde empezamos a explicar, con nuestra particular mitología, el fenómeno de la vida después de la muerte?
Desde los primeros sapiens que se enfrentaron a la frialdad triste de la muerte, se buscaron explicaciones. Y cuando no se tuvo la información, o el adelanto científico para una explicación racional, nuestra propia hambruna espiritual nos dictó la soberana pregunta: ¿Qué es lo que se muere? ¿A dónde vamos cuando morimos? ¿Cuál es el valor de la vida, si la muerte ha de ser un proceso tan descarnado, hueco e insignificante, si nada hay más allá de la muerte, ¿cuál es el sentido de la vida? Pregunta que abatió a los románticos decimonónicos como Tapia y que aun sigue siendo materia de discusión filosófica.
No puedo dejar de pensar en el joven Siddhartha cuando escapa del palacio suntuoso de su padre y presencia la vejez, y la incineración de un cadáver… ¿Es ahí dónde vamos? ¿A las meras cenizas?
¿Existe algo después de esa física desaparición? Y eso que existe, si existe, ¿a qué está conectado? ¿A qué, si no es al fluir mismo de la naturaleza y sus eternas vibraciones infinitas?
Hay un espíritu, un alma, que fue SENTIDA desde los más antiguos sabios de la historia de todas las latitudes. Y la explicación y su narración se dio notablemente en la Grecia antigua con Pandora, Prometeo, y la maravillosa mitología de la duda de Orfeo ante el amor de Eurídice, y hasta la referencia atinada al teatro pacifista de Aristófanes. Estos relatos nos explican tantas cosas de quiénes somos y a qué aspiramos.
Su final exhortación a la paz, a contribuir con la paz ante las tantas guerras insensatas que hoy destruyen al mundo asesinando niños y ancianos y hombres y mujeres libres, nos pareció un acto de extrema compasión intelectual muy necesario.
Mil gracias al Maestro Aizpúrua por tantas luces regaladas anoche. En nombre de los que vivimos hambrientos de saberes, y en nombre del Maestro Tapia, quien debe haber estado sonreído y complacido de haberle escuchado allí en la que fue su casa, ¡mil gracias!
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