𝗥𝗲𝘀𝗲𝗻̃𝗮: 𝗖𝗶𝘂𝗱𝗮𝗱 𝗶𝗻(𝘀𝗶́)𝗽𝗶𝗱𝗮, 𝗱𝗲 𝗥𝗔𝗙𝗔𝗘𝗟 𝗣𝗔𝗚𝗔́𝗡
- Roberto Ramos Perea
- 18 may
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𝗣𝗼𝗿 𝗥. 𝗥𝗔𝗠𝗢𝗦-𝗣𝗘𝗥𝗘𝗔
𝘄𝘄𝘄.𝗶𝗻𝘀𝘁𝗶𝘁𝘂𝘁𝗼𝗮𝗹𝗲𝗷𝗮𝗻𝗱𝗿𝗼𝘁𝗮𝗽𝗶𝗮.𝗼𝗿𝗴
Mis años ya me han dado por costumbre asistir solo a obras de teatro escritas por dramaturgos puertorriqueños. He visto tanto teatro de afuera, que siento que ya no tiene mucho que enseñarme. Prefiero que me enseñen mis colegas dramaturgos, sus visiones de mi gente y su circunstancia, y que me muestren aquellas cosas que, por separación generacional, a veces paso por alto.
Por eso soy ferviente seguidor del trabajo de los dramaturgos contemporáneos, -entre los que me incluyo-, porque somos avariciosos en nuestra sed de conocimiento y de análisis de nuestra circunstancia. Escribimos porque nos importa el país, la gente que lo habita, porque —por una obligación casi mística— nuestra identidad depende de ello. Nuestra visión del mundo está atada, indefectiblemente, a una constante presencia social comprometida con nuestro escrutinio filosófico y nuestra discusión sobre lo que nos corrompe como nación.
Acudo siempre que puedo a las obras de Rafael Pagán porque lo considero una de las voces más importantes de la más reciente de las tres generaciones activas, (yo pertenezco a la primera de esas tres, pero no nos separan grandes cosas) en la discusión de ese presente escalofriante. "Ciudad in(sí)pida" es una sorpresa —¡y muy agradable¡—, de la misma forma que lo son los trabajos recientes de Adriana Pantoja, Joaquín Octavio, Vivan Mestey y otros que hemos visto en recientes festivales, en teatro independiente y en salas pequeñas. Hay una reflexión importante sobre lo que acontece como fundamento identitario: al ser una colonia, la identidad forma parte de un cuestionamiento cotidiano, de un ejercicio diario de afirmación personal que busca salidas en preguntas y metáforas inteligentes.
En su ya tradicional estilo de teatro de un acto —como en su obra “El Bulevard”, “El balcón de los buitres”, “Momentum Ferpecto", sus primeras piezas de un acto de Teatro en 15, algunos monólogos, (más bien cuentos narrados en escena) y su magno manifiesto “Superman le teme a volar”—, Pagán reitera en el tema de las relaciones de pareja y las pequeñeces del “amor” en minúscula, como un sambenito de su tiempo, y una metáfora primal para juzgar su generación. Despierta nuestra intensa curiosidad al presentarnos personajes, en muchos casos, realmente insípidos, que son la desintegración del carácter puertorriqueño que hemos adquirido a través de nuestra inmersión voluntaria en la ética y la moral ¡insípidas!, insisto, que nos han enseñado las malditas redes sociales.
Los personajes femeninos de este conjunto de obras breves son de un patetismo tan risible como insoportable, ¡pero cuán verdadero!. Las cuatro mujeres de esta “ciudad insípida” no hacen más que gimotear, darse golpes de pecho y exigir —como si fueran reinas de algún imperio— que sean los hombres quienes complazcan sus expectativas y sus insatisfacciones. Lloriquean de las maneras más insulsas sobre cómo las han dejado en la estacada en sus esperanzas de "felicidad" como si los hombres tuvieran la impostergable obligación de hacerlas felices. Llega el momento en que uno se pregunta: si tanta insatisfacción tienen con la pareja que han escogido ¡ellas!, ¿por qué carajos no dejan de hacerse las miseriosas víctimas y no se largan a buscar su felicidad como la entiendan? Insípidas, ciertamente.
En esa insipidez que Pagán retrata con magistral tino, vemos pasar por el escenario una generación de jóvenes personajes sin perspectivas de futuro, que pierden largos minutos hablando tonterías, frases sin sentido, repetitivas, absurdas, contradictorias y totalmente banales, como cuando comparan la vida con el bacon de pavo o el café o el mangó.
Este retrato social que Pagán ha hecho de las presentes generaciones ¡vale oro!, porque es testigo fiel de su tiempo. El egocentrismo de hombres, mujeres y otros géneros, con gran astucia, Pagán lo antepone a un personaje estupendo llamado Junito: un "tecatito”, simpático, confundido y muy franco, que se enfrenta a dos interesantes conflictos en las dos intervenciones que tiene en la obra. El primer conflicto es cuando relata cómo tiene que asaltar a los norteamericanos en su idioma ¡y él no sabe inglés! En la segunda pieza, le tocó asaltar a uno de sus amigos de la escuela superior, que termina dándole la bendición. Estas dos breves piezas ciertamente son estupendos monólogos, creados por una mente ingeniosa dramatúrgicamente, como la de Rafael Pagán. (Este Junito, me recordó tanto a la Paquita de "Los amantes desgraciados" de Manuel Alonso Pizarro de 1894!)
Las actuaciones de esta obra son todas de una altísima calidad, de una franqueza y una naturalidad a la altura de la excelencia del texto. Destaco la actuación de Ken Burgos y de Guillermo Díaz: ambos, en diversos papeles, mostraron todos los dobleces, la humanidad, la empatía y la complejidad de los personajes creados por Pagán con suma precisión y asertividad. Estos dos actores pueden considerarse una dicha para cualquier dramaturgo.
El trabajo de Anahí Rodríguez y de Luis D. Ramos destacó por su honestidad, por su relajación y su concentración, que ciertamente hizo crecer emociones muy positivas sobre lo que compartieron en el escenario.
Destacamos la actuación de Cecilia Argüelles, distinguida actriz de nuestro teatro y cine, como uno de los superlativos puntos de la noche. Argüelles supo retratar con brillante acierto el patetismo y la ridiculez de estas mujeres tóxicas e insanas que Pagán nos muestra, revelando su gran talento, su gran disposición y estudio del texto. Como estudiante nuestra que fue, nos sentimos muy orgullosos de sus logros, pues nos ofreció una actuación estupenda.
Rafael Pagán, ya dejó de ser "una promesa" hace mucho tiempo y ya ha ganado por sus propios méritos una destacada columna del inmenso templo de nuestra dramaturgia nacional. Nuestra felicitación y nuestro abrazo.
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