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𝐑𝐞𝐬𝐞𝐧̃𝐚: “𝐋𝐚 𝐞𝐫𝐫𝐞” 𝐝𝐞 𝐒𝐲𝐥𝐯𝐢𝐚 𝐁𝐨𝐟𝐢𝐥𝐥: 𝑈𝑛 ℎ𝑜𝑛𝑑𝑜 𝑡𝑎𝑗𝑜 𝑎 𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑛𝑐𝑖𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎

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𝐏𝐨𝐫 𝐑. 𝐑𝐚𝐦𝐨𝐬-𝐏𝐞𝐫𝐞𝐚


𝐰𝐰𝐰.𝐢𝐧𝐬𝐭𝐢𝐭𝐮𝐭𝐨𝐚𝐥𝐞𝐣𝐚𝐧𝐝𝐫𝐨𝐭𝐚𝐩𝐢𝐚.𝐨𝐫𝐠



Conocí este texto y su excelente potencial hace algún tiempo, y tras releerlo por el auncio de su estreno, repasé la dramaturgia que guardo de la colega Sylvia Bofill, para reencontrarme en su lenguaje y, sobre todo, en su punzante estilo de proyectar las más lacerantes angustias. Al salir del teatro anoche, después de acudir a la producción dramática titulada La erre, que estrenó en el Tapia, la notabilisima compañía que siempre es Teatro Público  he quedado seriamente devastado por el abrumador poder de su agresiva metáfora. No hay que recalcar ni ratificar el admirable talento y la excepcional destreza de Silvia Bofill como dramaturga; hace tiempo tiene su lugar muy bien ganado en la dramaturgia contemporánea puertorriqueña.



Me concentro en lo que Bofill quiere plantear a través de esta desgarradora pieza, y me someto al gran desafío que propone su profecía. Porque esta obra dramática es una tenebrosa profecía de nuestro devenir histórico y político. El personaje central, magistralmente interpretado por Teresa Hernández, es una mujer mayor venida a menos por relaciones afectivas opresivas y por el abandono de su propia familia. No ha podido olvidar su militante pasado estudiantil, en el que lideró movimientos de protesta cuando ocurrió el asesinato despiadado de nuestra inolvidable heroína Antonia Martínez en 1970.



La historia de “La erre” es una herida que sangra desde que suben las primeras luces. Dos hijos y un nieto se enfrentan a la enajenación de su madre, pero con más interés en sí mismos que en ella. Un hijo, excelsamente caracterizado por Luis Rivera Figueroa, es un mercantilista pitiyanqui sin escrúpulos pero con mascarada de hombre recto; el otro, un aventurero herido por el vicio, desapegado de la responsabilidad, genialmente construido por ese primerísimo actor que siempre es José Eugenio Hernández. Y el personaje del nieto, interpretado con admirable acierto por Pedro Juan Colón, es quizá el más patético, pero a la vez el más tierno de todos. Redime el apretado nudo dramático con una tonelada de frágil humanidad.



Sabemos —aunque Bofill nunca la dice— cuál es la urgente palabra que empieza con “R” y que se repite y se repite en la mente enajenada de esta mujer, mezcla de redentora y prostituta, que representa como ninguno otro personaje ha representado en nuestra dramaturgia el estado comatoso del ideal de nuestra independencia.



Esta metonimia es devastadora, los puertorriqueños que aspiramos la libertad de la Naciòn “morimos como Teresa”, violados con asco por nuestros propios hijos. Y propone la profecía de un país abocado al desarraigo, al olvido y al desapego del pasado como identidad y sentido. Porque la militante Teresa no es otra cosa que la historia del país tirado como basura en una esquina, prostituida por las sucias calles del imperio, reprimida por imbéciles y atendida a última hora por los irresponsables. Ciertamente, una metáfora que nos deja mudos de asombro y con los ojos llorosos de pasado.



Bofill ha cuestionado ese “quiénes somos hoy” y “hacia dónde vamos mañana”, y eso es lo que hace la gran dramaturgia nacional: la que propone preguntas sin respuestas, la que incita al dolor inexplicable, la que grita para dejarnos sordos con su soberana inteligencia.



Su montaje, aunque con algunos excesos de didascalia y performatividad -nada graves- pero que a veces distraen la simple pero enternecedora poesía del texto, se despliega con gran destreza e imaginación, sumergiendo al público en imaginario luctuoso de esta historia. Un amplio reparto de diestros actores, cumple cabalmente con lo que exige un texto tan brillante.



Concluyo: La erre de Sylvia Bofill, es una de las mejores obras de la dramaturgia puertorriqueña en esta primera cuarta parte de nuestro actual siglo. Y esto no es un elogio gratuito.

 
 
 
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