Reseña: Por Maricón, escrita y dirigida por Roberto Ramos Perea
José E. Muratti Jose E. Muratti-Toro
Durante la alta Edad Media, las relaciones consensuales entre hombres y, aunque mucho menos documentado, mujeres, se conocieron como “pactos de hermanamiento”, acuerdos civiles en los cuales se compartía techo y bienes materiales cobijados bajo una abierta tolerancia tanto de vecinos como de la misma Iglesia Católica que había conquistado a Europa desde el siglo V.
El primer decreto que condena las relaciones homosexuales data del 1049. El Liber Gomorrhianus, de Pedro Damiano sirvió de base para el Decreto de Graciano, que un siglo más tarde fundamentó la práctica jurídica llamada “tránsito del pecado al delito”. La Iglesia se adjudicó el derecho a institucionalizar la legislación penal que condenaba la práctica del pecado de sodomía.
La legislación castellana mediante cartas forales comenzó en Cuenca en 1190, y condenaba a morir en la hoguera a quienes “se viciaran por el ano”, o practicasen “foder por el culo” o “yacer un hombre con otro”. El Fuero Juzgo del reino de Castilla en 1241, cambió la muerte por la castración, las confiscaciones de bienes y la vergüenza pública. Las Partidas de Alfonso X “el sabio” (1265) advertían que la sodomía traía la infamia y el castigo de Dios para toda la comunidad donde vivían los homosexuales convirtiéndoles en chivos expiatorios para toda clase de desgracias. Algo similar decretó el pastor estadounidense Pat Robertson quien adjudicó el terremoto de Haití del 2010 a un castigo de Dios por sus prácticas religiosas africanas.
Hacia el 1497, los Reyes Católicos, preocupados porque la sodomía no recibía suficiente castigo, fortalecieron el sistema legal con su Pragmática Real que aducía que dicho pecado “provocaba la destrucción del género humano con guerras y pestes”. Expresiones de las que hizo eco el recién elegido Speaker de la Cámara de Representantes de los EEUU quien publicó que “la homosexualidad es un ‘estilo de vida inherentemente antinatural’ y ‘peligroso’ que conduciría a la pedofilia legalizada y posiblemente incluso destruiría ‘todo el sistema democrático’”.
Cuando Roberto Ramos Perea recibió de César Salgado un corto escrito titulado Amor de hombres: La representación de la sodomía en el Puerto Rico del siglo XIX, se dio a la tarea de investigar la práctica legal en la isla contra la homosexualidad y la naturaleza de los procesos legales en su contra. El resultado fue “Por Maricón: Proceso por Sodomía contra Francisco Sabat y José Colombo, en San Juan de Puerto Rico del 1842”, la obra que estrenó el pasado viernes 3 de noviembre en la sala experimental Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes de Puerto Rico.
Al comienzo de cada obra, Ramos Perea brinda una corta pero contundente descripción del taller de teatro del Instituto Alejandro Tapia y Rivera que preside, la importancia del teatro nacional y, en este caso, la importancia de comprender que las prácticas discriminatorias contra las minorías, en este caso la comunidad LBGTTQ+, así como contra los negros, los pobres y los marginados, no son solo un vestigio del pasado, sino una maledicencia que prevalece hasta nuestro posmoderno, mediático y digital presente. El autor advierte que el lenguaje y la acción serán fuertes y a la vez demanda de la audiencia respeto hacia los personajes que representan la comunidad acusada de violar la moral cristiana y social.
Efectivamente, la obra comienza con un personaje principal cuya conducta provoca inmediata identificación con el homosexual flamboyán, culto y refinado, “a pesar” de ser mulato, y el sargento que será objeto de sus afectos perseguidos por una guardia civil borracha de licor y de poder que se adjudica la autoridad no solo de vejar e insultar, sino también de agredir y hasta sodomizar al protagonista en escena.
La acción revela las prácticas sociales abiertamente lujuriosas de la época, sobre todo entre la comunidad marginada de la - irónicamente - Calle San Justo del Viejo San Juan. Los personajes, propios del teatro naturalista descrito por Ramos Perea en su inicial alocución, son estridentes, pedestres y majaderos, como diría Luis Rafael Sánchez. Sabat, mulato hijo de una negra liberta, es refinado y culto, lee y escribe poesía, habla varios idiomas y como sastre se codea con la alta burguesía para la cual confecciona sofisticadas vestimentas. Colombo, sargento de la guardia de El Morro, mantiene relaciones ilícitas y recurrentes con una lavandera que no cobra por sus amores, pero cuyas compañeras de profesión dividen su tiempo entre ambas ocupaciones.
Ramos Perea, magistralmente alterna las escenas de la acusación y el juicio en el cual se revelan la conducta licenciosa y chabacana de Colombo, su amante y las lavanderas del barrio, con la formalidad con que se pretende sustentar una moral pública que los personajes disputan al revelar las prácticas homosexuales del gobernador y miembros de la milicia.
El diálogo es, a la vez, revelador de los prejuicios y prácticas de parte de la autoridad que ejerce su poder, con la realidad de una población pobre, en muchos casos negra y mulata, y marginada, que hace lo que puede por sobrevivir un régimen colonial implacable contra los insulares por parte de peninsulares racistas, groseros y macharranes que toleran y protegen las prácticas que condenan cuando se trata de sus superiores coloniales.
El mayor acierto de la obra reside en la lucidez y la poesía con que Ramos Perea revela la sensibilidad e, incluso, introspección filosófica, asombrosamente insertada en las reflexiones de un sargento de guardia que se deslumbra con el paisaje desde las murallas del Morro o la melodía que toca una jovencita en el piano de un segundo piso en una calle cualquiera de un San Juan poco poblado y alumbrado con velas y quinqués. Así mismo, la indignación, la rabia, la desesperación de Sabat ante el prejuicio y la violencia que contra él se ejerce, detallada en parlamentos desgarradores, provoca en el público un nivel de identificación e ira, similar al que se suscitó cuando el asesinato Neulisa Luciano Ruiz, de 28 años, conocida como Alexa, la persona trans, pobre y negra, asesinada a tiros en Toa Baja en el 2020.
Ramos Perea es dramaturgo y, aunque sus obras revelan un lirismo entrelazado con un realismo con frecuencia estremecedor, el uso de un lenguaje poético conmovedor fue la gran sorpresa de la noche para este espectador. Cuando hace referencia a “un barco que apuñala la noche, el viento que empuja sus velas siempre será más importante que el puerto al que le acogerá” en las fantasías de huir de la isla de los dos amantes, el dramaturgo-cum-poeta revela la decisión existencial de un mero sargento que ha descubierto en un amor prohibido una razón y propósito de vida.
La verticalidad de Colombo se crece cuando le ruega y amonesta a Sabat por sus lágrimas y auto conmiseración y le pregunta “¿Y a dónde iría?... Tendría que ser un fugitivo. Entonces sería un prisionero del miedo”, como antítesis a la libertad que Sabat le suplica a Colombo que escoja por sobre su subyugación a una vida militar que representa lo opuesto y la condena de todas sus sensibilidades. Esta afirmación del derecho a la libertad patria que se cuece en sus entrañas se resalta en versos que representan, a la vez, la lucha de dos amantes por rescatarse de la condena de un sistema que los deshumaniza, los reprime y amenaza con asesinarles por el inconcebible pecado de amarse siendo del mismo género, y la lucha de un pueblo que sigue prisionero de los prejuicios y la tiranía de un sistema colonial que no logra desprenderse de su pasado racista, misógino y homófobo.
Nelson Alvarado como Sabat, Joaquín Jarque como el fiscal, Israel Solla como José Colombo, Sonia Rodríguez como la madre de Sabat, Melissa Reyes como Felipa Sierra, Cybel Delgado como la vecina lavandera y Roberto Ramos Perea como el guardia que sodomiza a Sabat, estelarizan un “Por Maricón” que resulta indispensable si se quiere conocer las raíces de nuestro sistema de valores que progresa, aunque a pasos demasiado lentos para quienes sufren sus desmanes, y que nos permite entender de dónde venimos en nuestra permanente lucha contra la prisión de nuestro miedo a la libertad.
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