Por R RAMOS-PEREA
Hoy mis hermanos en este arte, los de mi Patria y los del mundo, celebran con alegría el Día Mundial del Teatro. Me uno, no con toda la alegría que quisiera, pero con la libertad de poder hacerlo y de motivarme, como es mi deber intelectual, a decir alguna cosa y acompañar esta reflexión con la foto de uno de nuestros santos teatrales: el Maestro de todos, el amigo solidario de todos, el teatrero por excelencia de nuestro siglo XX, NUESTRO PADRE CULTURAL en todo sentido dramático a quien debemos lo que somos hoy: FRANCISCO ARRIVÍ.
Nuestra celebración fue promovida por el ITI, (International Theatre Institute) en 1962, quien estimulada por la UNESCO inició una serie de actividades que motivaban al mundo al reconocimiento de este santo arte que practicamos. Al ITI se afiliaron todas las naciones libres del mundo. No así las colonias, ni los territorios ocupados, ni los territorios en guerra.
Por estas tres razones, obvias las tres en nuestra condición, Puerto Rico nunca pudo ser afiliado al ITI ni la UNESCO reconoció nuestro nacionalidad. En 1995, me presenté ante la sede del ITI en París a cuestionar por qué no se le concedía una sede del ITI a Puerto Rico. El presidente internacional, un actor europeo soberbio e irrespetuoso me dijo con actitud, que los puertorriqueños debíamos afiliarnos al ITI de los Estados Unidos, aunque no nos gustara. Y por supuesto, no le importó una quenepa el que le dijera que Puerto Rico fue de los primeros lugares donde se hizo teatro en el mundo occidental.
Pasé por alto aquel agravio, y estimulé a algunos compañeros a continuar el reclamo de nuestro reconocimiento como nación, pues no solo nos pondría a la altura de nuestro merecimiento, sino que promovería intercambios saludables y necesarios para nuestro desarrollo cultural EN IGUALDAD DE CONDICIONES. Algunos esfuerzos se hicieron y creo que se consiguió una filiación a medias con una representación en los sectores latinos de Estados Unidos.
No supe más pues el total reconocimiento nunca se dio, ni vi muchos ánimos de exigirlo. Supongo que la exigencia del reconocimiento de una colonia como Nación se asocia a asuntos “políticos” a los que muchos teatreros son alérgicos.
Insisto siempre que el teatro es libertad, el teatro es desobediente, el teatro es amoral, libertario, cuestionador, revolucionario, radical, espiritual, ¡el teatro es ante todo trabajo!, y debe ser también divertido, generoso, ridículo, risible, apacible, profundo, filosófico, banal, comercial, irrespetuoso, ofensivo, machista, feminista, panfletero, empresarial, negocio, chinchorro, chisme, vida, escándalo, ¡lo que quiera ser! ¡PARA ESO ES LIBRE!
¡Porque el teatro es lo que ha sido el teatro! Pero necesita urgentemente reconocerse como hijo del hombre y de la mujer que lo ha construido. Hombres, mujeres e historia que son la raíz de la naciones libres!
Si el ITI algún día nos reconoce como Nación, como nos ha reconocido el CELCIT, y otras instituciones latinoamericanas, podremos con más orgullo que el de hoy, acompañar ese grito que siempre da nuestra querida primera actriz Magali Carrasquillo, “¡Qué viva el teatro, carajo!”.
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