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ENTRE BOLERO Y PLENA: LA CENSURA NUESTRA DE CADA DIA


Por R RAMOS-PEREA


Mientras ensayo con la Compañía Nacional de Teatro (CNT) el próximo estreno el 31 de mayo -gratuito para toda la Nación- de la obra BOLERO Y PLENA del Maestro Francisco Arriví, reflexiono en las veces que el Maestro fue censurado.

Lo censuraron religiosos, socialistas, la derecha fascista, blancos y negros, colegas, y finalmente lo censuró el Gobierno que terminó por asesinarlo. Pero nunca se autocensuró, que es la peor censura de todas.

El Instituto Alejandro Tapia y Rivera guarda el patrimonio de Arriví, administramos sus derechos, y tenemos el deber de difundir su obra a través de la CNT. A nosotros también nos cae la censura porque quien defienda a Arriví sabe que se defiende de resentimientos, de envidia y de la petulancia académica.

BOLERO Y PLENA habla del racismo. Presenta en un escenario a “una gringa vil” haciendo campaña para expulsar de un barrio en Washington a un intelectual negro, y utilizar una familia puertorriqueña para ello. Eso fue una osadía. Porque no decía tanto del gringo, como decía de nosotros que nos prestamos para ser traficantes del infame racismo estadounidense.

Enfermo de ese racismo impuesto, el protagonista de PLENA, criollo de sangre negra, vive en la duda suicida de enfrentar a su familia afirmando su sangre y su pasado, o acepta ver a su propia familia pudrirse en un racismo deshumanizante. Inmensa obra de Arriví que le causó rechazos, insultos y cinismos que afrontó con extremada gallardía y dignidad.

Los blancos le acusaron de promover lo negro como virtud, mientras los negros anulaban su inteligencia porque sencillamente “él no era negro” y los negros no necesitaban sus obras para afirmarse. Pero las luchas raciales necesitan aliados porque siempre son desiguales. Y no obviemos que la Madre de Arriví era mulata criolla. Afrodescendiente era.

La “izquierda latinoamericanista” y la derecha estadista le censuraron porque defendía el teatro como espíritu de la Nación Puertorriqueña. Los religiosos le excomulgaron porque hablaba de pasiones y desnudeces, mientras sus colegas envidiaban el poder que Arriví representaba. Desde ese poder Arriví propuso una revolución y protestó frente al Centro de Bellas Artes a exigir que se cumpliera el propósito para el que fue creado.

Y el Estado, desde la voz gangosa y asesina de Luis A. Ferré, no solo le robó su trabajo, sino que le puso el apellido “Ferré” a lo que siempre debió llevar “Arriví”.

Es la censura nuestra de cada día. Cuando aquello por lo que vivimos, luchamos y morimos, termina siempre en manos de ladrones que lo insultan y lo dilapidan.

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