La utopía del bien común o la renuncia a la esperanza
- José E. Muratti Toro
- 22 may
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- José E. Muratti Toro
Una vez más reacciono a un comentario del amigo Alfonso Rodríguez y comento algo que comparto con mis cercanos que, sin ser "patria o muerte" (los aún militantes de los discursos socialistas de los '60 y '70 del siglo pasado), se pasean entre ellos y se abufandan con los discursos anti-yanquis sin distanciarse de las simpatías totalitarias de quienes los generan. Le comento a Alfonso:
"De la misma manera que no todos los enemigos de los EEUU son amigos entre sí, de igual forma el peor enemigo del capitalismo es su propia renuncia a sus reglas de libre competencia en favor de las oligoprácticas que depredan sus propios recursos y poblaciones productivas y, como un virus, terminan matando al organismo huésped".
Esto me lleva a reflexionar sobre el mundo alterno que China se ha propuesto confeccionar para el mundo, aunque desde una perspectiva que, por no ser occidental, pretende redefinir lo que es políticamente posible.
A la luz de la praxis china de permitir "actividad capitalista" dentro del estado socialista para adelantar los objetivos del estado, sin encadenarse al sistema capitalista que domina el resto del mundo, el Sur Global necesita plantearse cuáles prácticas políticas le permitirían independizarse de los mercados capitalistas globales y procurar sus propios desarrollos internos y regionales con prácticas capitalistas de producción y socialistas de gobernanza.
Ya sé que vadeo en las aguas turbias de la herejía, pero esto rumio mientras afuera el calentamiento global encarancanubla la tarde hatoreyana.
El futuro post-apocalíptico tras la, al parecer, inminente conflagración nuclear del neoimperialismo estadounidense-ruso-sino-europeo, como los pobres que tras una herencia millonaria vuelven a ser pobres, el ser humano enfrentará la dura tarea de permitir y promover una "libertad empresarial" que obedezca tanto a la necesidad en unos y avaricia en otros de acumular riqueza; y el duro aprendizaje de que sin una distribución equitativa de oportunidades y bienes entre la población que siempre será asalariada, no será posible una sociedad o agregado de sociedades que puedan convivir sin destruirse en perennes guerras nacionales o regionales, y humanamente fraticidas.
En otras palabras, la humanidad solo podrá sobrevivir si es capaz de armonizar las ilusiones, expectativas y acciones de quienes aspiran a la riqueza y sus beneficios, con las de quienes se ilusionan, anticipan y actúan para lograr una vida sencilla, sin grandes compensaciones fuera de sus necesidades básicas, su familia y su comunidad. Los primeros requieren reglas para coartar sus peores instintos. Los segundos requieren un medioambiente en el que sus necesidades más elementales, salud, educación y vivienda, no estén sujetas a su conversión en fuentes de ingresos para los primeros.
Esa sociedad es posible. Los nórdicos lo han logrado en alguna medida con experimentos en sociedades relativamente pequeñas, culturalmente homogéneas, con un pasado de sangrientas luchas internas y con una cultura enfocada en la importancia y los derechos de todos los ciudadanos, no solamente los afortunados, por azar o por esfuerzo propio.
En las sociedades más heterogéneas, un poder centralizado ha intentado imponer un orden que coarte la libertad individual incapaz de doblegarse ante el propósito de procurar un bien común.
En las sociedades que no han logrado coartar los apetitos descontrolados de los más ambiciosos, el estado se ha convertido en una herramienta para delegarle un poder ilimitado, o estos han logrado establecer sistemas informales, aunque igual de estructurados, para coexistir con el estado y mantener una estructura paralela que, con frecuencia, coexiste en proporción a su codependencia (las mafias, en sus expresiones orientales y occidentales, vienen a la mente con las versiones del narcotráfico latinoamercano como la más cercana).
Entonces, y sé que no llegaré a ver el desenlace de este desafío, el reto va a ser cuán coercitiva necesitará ser una sociedad en aras de lograr el mayor bien común posible, a la vez que permita que los individuos más ambiciosos puedan satisfacer su ilusión-cum-necesidad de realizar proyectos grandiosos que, a la vez, sean altamente remunerativos, en un mismo espacio con quienes por origen, inclinación o posibilidades de acceso al poder adquisitivo, siempre representarán la masa excluida de la riqueza acumulada.
Se necesitarán personas que valoren el bien común por sobre el beneficio personal, con la suficiente fuerza de carácter para impedirle a los que abogan por la libertad de acción para su gratificación (remunerada o no) personal y acumulaciones exclusivas de bienes y poder, y con suficiente poder político para impedirle que impongan su voluntad al incumplir con las leyes y reglamentos establecidos para asegurar que no se vulnere el acordado bien común.
Se podría argumentar que China, en alguna medida ha logrado este balance. La libertad de expresión, en todas sus acepciones, como indicador y pilar del concepto de Democracia, hubo de ser sacrificado para que el estado maximizara el cultivo de sus recursos así como sus potenciales.
Hoy por hoy, China y en menor medida Singapur, representan sociedades de indiscutible excelencia educativa, tecnológica, futuristas infraestructuras e incomparable productividad, pero sin las "preciadas" libertades que Occidente ha equivalorado como indicadores democráticos. Occidente sigue ufanándose de epítome de Democracia, como bioequivalente de bien común, a la vez que ha maximizado sus inequidades y cultivado sus cada vez más reducidos recursos que los beneficiados por el sistema reservan para sus descendientes y allegados.
¿Es posible una sociedad en la que el bien común permita una libertad de expresión (y de asociación, culto y creencias religiosas y políticas, etc.) pero a la vez coarte los instintos ambiciosos de unos pocos de allegarse para sí el máximo sin importarle que la mayoría tenga que conformarse con el mínimo?
Los ejemplos imperfectos de Islandia, Singapur y Uruguay, ¿podrán ser lo suficientemente convincentes para servir de modelo sobre todo a las sociedades que han asimilado las inequidades de las sociedades más depredadoras de sus propios ciudadanos, vecinos y adversarios, y reinventarse a imagen y semejanza de los mejores ejemplos de convivencia en vez de los peores ejemplos de inequidad e injusticia?
Es preferible apostar a que sí aunque no lo logremos, pues apostar a que no es una redundante renuncia a la sobrevivencia.
'I dream of things that never were and think: why not?"
- George Bernard Shaw
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