top of page

RECUERDO A UN ACTOR VIEJO

Roberto Ramos Perea

de R. Ramos-Perea


Una vez, en el camerino de La Perla, cuando hacíamos "La Carreta", en esos minutos de espera antes de la Tercera, Luis Vera estaba mirando por la ventana, calmado, apacible, vestido de su “Chago”, y fumándose lentamente aquel cigarrillo inacabable. Me le quedé mirando y le dije: "oye viejo, ¿cuán viejo eras tú?" Y él me miró despacio, sonrió y me dijo: “Más de lo que tú te imaginas”. Y me convidó un cigarrillo.


¿Qué podía decirle a este actor viejo que yo quería tanto, que no le hubiera dicho ya? Que mi cariño no sonara repetitivo ni cursi, que mi abrazo no fuera la extensión de aquel que le di por vez primera en 1981, que ese cigarrillo que nos habíamos fumado juntos no volviera a traer los viejos recuerdos de los tristes escenarios de la memoria, ni los actores tan queridos hoy ya muertos. (Que sin embargo no se morían en los labios del viejo Luis Vera que siempre los recordaba como si estuvieran allí).


¿Qué podía decirte, viejo amigo mío, que tú no supieras ya? ¿A qué hablar de las tantas obras que habías hecho desde hacía más de treinta años... ese recitativo hiriente pero orgulloso de títulos y fechas, los actores que habíamos interpretado a “Luis” o a “Juanita”, con el que tú legitimabas tu ser?


Yo quisiera volver a hablar con ese actor viejo. Hablar con él, corto pero sentido. Porque un actor viejo se siente en el escenario como un telón inmenso, sólido, como un gran ciclorama de vida que nos acuna como una madre.


Hablar de ese actor viejo, lleno de savia y mar, de ese tipo que un día en un giro lento de su cabeza, en una sonrisa triste, descubría todo el misterio de la contradicción humana. Ese que cuando encendía el cigarrillo sabía cuán hondo fastidiaban la tristeza y la nostalgia. Ese tipo que sabía que los tiempos idos no se habían ido, sino que seguían presentes repitiéndose en cada mirada a una nueva generación.


Ese actor viejo que extendía su mano temblorosa, frágil, acabada, para que se prolongara en la del actor impetuoso, díscolo, joven. Este actor viejo que me miraba, con su cabeza baja, galardonando su modestia con sus años y con esa seriedad fingida que ocultaba una alegría de haber vivido que era tan brillante que arrebataba. Nadie que había vivido tanto podía sentir nostalgia del presente.


Y cuando hizo mi obra "Módulo 104", allá por el 1982, supe que este actor viejo era ese presente mío, que unido al de él hacían ese uno esperado del teatro. Este actor viejo que yo alababa con mi palabra que trataba de ser dulce, y que él correspondía con la honestidad de su cariño como el mejor regalo.


Era un abuelo de todos, daba la bendición, decía lo que sentía bajito, para que no lo oyeran. Ese actor viejo no tenía grandes epitafios, no tenía honores de una obra épica, no tenía laureles de grandes producciones, no importaba -allá feliz quien los tuviera- él tenía su paz, la suya sola, su vida hecha y hecha bien... tenía su silencio sabio, tenía la pequeña genialidad de su sonrisa.


Era, aunque no lo pareciera, un virtuoso de lo amable. Cuando los muchachos de "Módulo 104" le dedicamos aquellas funciones, era como tener entre nosotros a un dicharachero agradecido, hablaba hasta por los codos, nos abofeteaba con el buen ánimo de su borrachita gratitud. Aquella vez las cosas salieron tan estupendamente, que sentíamos que todo había salido bien gracias a que el actor viejo así lo había querido: ¿quién aceptaba un homenaje en medio de un desastre? Pero "Módulo 104" no lo fue, fue un exitazo para la historia, y sé que fue por los maravillosos espíritus de respeto, dedicación y orgullo que Luis Vera traía a cada ensayo.


Yo no voy a decir que escribí su papel para él. Él había escrito un personaje para mí. Desde los ensayos de "La Carreta", la mirada de este viejo era para mí una escritura imborrable. Luis Vera me enseñó una maravillosa manera de respetar el pasado. Ese respeto que no era ciega obediencia, ni servil halago.


Que el pasado, que lo viejo, era esa cadena lujosa de recuerdos que se desata feroz en la conciencia, a la hora de querer construir algo nuevo. Que el pasado, era ese clarinete sordo del inconsciente que seduce diabólicamente a la imaginación a la hora de zarpar a nuevos rumbos. Un canto de sirena rechazado a sabiendas, pero canto mágico al fin. Luis Vera me enseñó que yo también era pasado, que todos lo éramos en ese ulular ultrajante del tiempo. Que yo, que fui el actor joven que me miraba en sus arrugas, ahora soy un dramaturgo viejo, con toda la melancolía y la angustia y el desencanto atroz de la vida que ciertamente no aprendí de Luis Vera.


Pero LUIS, esperando ese nuevo personaje donde quiera que mi memoria lo descanse, se dice a sí mismo y nos dice a todos: “Soy un actor viejo, pero aquí estoy”.

1 visualización0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page