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“TODAS LAS ACTRICES SON PU…”


Por R. RAMOS-PEREA

Del Instituto Alejandro Tapia y Rivera

Contaba a mis estudiantes el papel de la mujer en los primeros teatros libertinos de Puerto Rico a finales del Siglo 18 y principios del 19, donde para entender la persecutoria moral cristiana habría que conocer lo que eran las “boleritos” y las “suripantas”. (Recuerden que la primera lección que se aprende en el teatro es que el actor es amoral. Si su moral personal interviene con su trabajo, entonces no debe actuar y si aún así le gustan las tablas, que se meta a carpintero)

Las llamadas “boleritos” y las “suripantas” llegaban a Puerto Rico huyendo de hombres celosos o de escándalos, madres solteras huyendo de la comidilla pública, o quizá prófugas o simplemente aventureras liberadas del rol al que la sociedad las encarcelaba. He visto pasaportes de algunas de ellas donde se les denominaba “comediantas”, y llegaban a San Juan en busca de mejores condiciones de vida.

Viene a cuento esta historia porque durante mucho tiempo se asoció el arte de ser actriz con la prostitución, prejuicio desgraciado que aún permea en nuestra sociedad que a susurros condena diciendo: “todas las actrices son putas”.

He dedicado mucho tiempo a buscar los contextos sociológicos de esa frase en Puerto Rico. Desde la inquisición (recuerden que aquí se quemaron vivas varias mujeres por brujas en 1590), hasta muy entrado el siglo XIX donde el Obispo puertorriqueño Juan Alejo de Arizmendi calificó a los dramaturgos y a los actores como “oficina de la lujuria”, y “serrallao de la pública honestidad” y otras lindezas similares que le regaló al teatro en una carta pastoral donde nos condena al infierno y a penas peores a todos aquellos que nos dedicamos al arte teatral.

El Gobernador español entonces Santiago Meléndez Bruna se enfrentó al puertorriqueño obispo y le tapó la boca con un par de billetes. Suena duro, pero así fue. Meléndez Bruna era un borrachín, mujeriego y tiranucho -como todos los que nos mandó la madrastra patria-, que gustaba de pasearse con actrices por las cantinas de San Juan. Pasaba horas en el Ranchón de la Comedia, (teatro que quedaba junto a la catedral) bebiendo con su soldada, y gozando cada vez que un bolerito se levantaba la falda hasta las rodillas.

Y en esa época -distinto a hoy- el teatro dejaba algún dinero. Muchas fueron las protestas, por otros asuntos ´políticos que Alejo de Arizmendi levantó contra el Gobernador, pero una vez este le prometió que con el dinero del teatro arreglarían el roto y viejo campanario de la Iglesia, Alejo le hizo genuflexión.

Con las boleritos llegaron también las suripantas, prostitutas que se dedicaban al teatro, bien cantando en los coros, haciendo papeles de chica tonta en los sainetes, o provocando sensualmente a los soldados en los bailes de guarachas y merengues. Estos soldados que eran los más asiduos al teatro, se reunían a deshoras en tablados clandestinos de la Calle San Sebastián, donde al parecer se enseñaba algo más que una rodilla, hasta que fueron intervenidos por la caballería instigada por la Iglesia y hubo unos cuantos presos. ¡Pero para tranquilidad de todas y todas, la relación de la prostitución con el teatro existe desde hace siglos! Y las luchas de la religión contra el arte del teatro en Puerto Rico datan de 1645 con las hipócritas leyes sinodales, pero eso se los cuento otro día. No hay por qué alarmarse. Pero tampoco hay que estarle imponiendo al teatro moralidades religiosas o cívicas. El teatro es arte y esas cuatro letras se han ganado el respeto que tienen por siglos de sangre y fuego.

Claro, es un fenómeno que hoy, con las generaciones de cristal, y las hipócritas moralidades de los viejos moralistas, aún nos joroban y por ello el arte debe seguirlas combatiendo.

Porque fue la prostitución la SEGUNDA profesión más antigua del planeta. Ya es hora de que superemos esas estultas gazmoñerías.

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