Por R RAMOS-PEREA
Anoche asistí, como presidente del @Instituto Alejandro Tapia y Rivera, a la representación del drama trágico LA CUARTERONA realizado por los estudiantes del Colegio Otoquí de Bayamón, invitado como siempre por la gentileza de su profesor de teatro, el primer actor NELSON ALVARADO.
En nuestro INSTITUTO TAPIA hemos asumido la misión de preservar y difundir la obra del Padre de Nuestras Letras Patrias, y fundador de tantas cosas en nuestra historia que no acabarían mis elogios al saber y hacer que este hombre nos legó como patrimonio. Por eso fundamos un Instituto que lleva su nombre. Porque es GLORIA ILUSTRE de lo que somos.
Ilustres son los que dejan, no los que se llevan. Ilustres son los que enseñan, no los que someten o esclavizan o controlan. Ilustres son los que se plantan frente al enemigo y lo miran a los ojos dispuesto al combate, no los que llorando se escabullen y manipulan con su miedo. Ilustres son los que van a la trinchera de la batalla, no los que gritan babosadas guerilleras en los cafés. Ilustres son los que viven y actúan a la altura de lo que piensan y dicen. ILUSTRES NO SON los que se paran en tribunas a rasgarse las vestiduras por una idea, mientras a espaldas del pueblo venden sus mismas ideas al más que les pague. Ilustres son tan pocos en nuestra historia.
Porque es sobre esos brillantes ilustres que las nuevas generaciones erigen sus caudales de amor a la Patria.
Ver a jovencitos de escuela superior, que apenas se despiertan a la vida, interpretar las emociones más complejas que drama puertorriqueño haya podido representar, sentir los horrores de lo que la esclavitud y el prejuicio tronchó de nuestra sociedad, entender que este drama es, por mucho, el más representativo de nuestros viejos y actuales dolores es ciertamente asombroso y gratificante.
Pudieron haber escogido cualquier “obrita” cómica para hacer reír insustancialmente un buen rato. Pero NO. Escogieron representar LA CUARTERONA de Alejandro Tapia y Rivera, un drama prohibido, censurado, escrito en los momentos más duros de la abolición, por un autor perseguido por las leyes absurdas y asesinas que los gachupos nos torturaron en nuestro siglo XIX.
Singularizar sus actuaciones sería añoñarlos, y ellos no lo necesitan. Todos estuvieron a la altura del drama que representaban. Todos sintieron dolor, desesperación, angustia y tragedia en la dolorosísima historia de amor entre la cuarterona Julia y el conde blanco Carlos. Vivieron con la esperanza trunca de marcharse a otros países donde no tuviesen que padecer las atrocidades coloniales que España nos impuso. Representar ese odio entre razas al que los europeos blancos nos condenaron, es ciertamente una lección que nunca olvidarán.
Sé que Tapia se sentiría sumamente orgulloso que su obra maestra, haya renacido anoche en las voces y emociones de estos jovencitos. A mi me conmovió mucho verlos tan inmersos en la historia y ver sus más honestas lágrimas brotar vivas y brillantes en las escenas más intensas de este drama tan nuestro.
Junto a la Compañía Nacional de Teatro, he llevado mi versión de este drama por más de 20 años, por muchos teatros de nuestra Nación. Claro, yo lo hago con actores de años en la profesión, y en ellos por su experiencia, estas emociones ya son parte de su vivir, de su inteligencia y emociones.
Pero estos jovencitos apenas atisban tamaños dolores. Apenas se enfrentan a ellos y los sienten en carne propia. Pero necesitan hacerlo. Su mundo ya no es Disney. Es un mundo real donde el racismo aún tiene control sobre buena parte de nuestras relaciones sociales. Pero la honestidad con que esto han logrado es vivencial y cierta. Y esto es lo más maravilloso de nuestra juventud.
Puede ser que no entiendan a cabalidad todas las complejidades humanas del drama, pero el respeto y la dignidad con que la enfrentaron, y la entusiasta manera que interpretan lo enseñado por su profesor, que es uno de los mejores actores de nuestro país, merecen mi aplauso de pie.
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